Las cifras con las que cada año nos asaltan los noticiarios informan de que el problema supone un auténtico reto social y condiciona un serio problema de salud pública; en nuestro país, cada año, terminamos con la vida de entre 45 y 55 mujeres fruto de la violencia de género. Los médicos en general estamos adquiriendo un cierto grado de sensibilización por estos temas al tiempo que la sociedad los considera una lacra a extirpar de raíz e incluso los facultativos nos damos instrumentos para una mejor denuncia y tramitación de casos en los que sospechemos actitudes violentas en la pareja (ver en
http://www.neyro.com/2012/12/08/un-documento-facilita-el-abordaje-medico-de-la-violencia-hacia-las-mujeres-y-sus-hijos/)
El asunto trasciende a veces la existencia de la mujer en general y afecta incluso a un porcentaje creciente de gestantes, incluso. Mientras que para muchas mujeres el embarazo es un periodo de felicidad, para casi una de cada cuatro no resulta tan satisfactorio.
Ahora, en el estudio mencionado, los datos recogidos sobre 779 mujeres heterosexuales que dieron a luz en 15 hospitales públicos de Andalucía, son extrapolables al resto de España y a países de entornos socioculturales parecidos. Las matronas que colaboraron fueron formadas para recoger los datos y se llevó a cabo en total anonimato y conservando la confidencialidad de todas las mujeres encuestadas.
“Hasta el momento no se había realizado ningún estudio de este tipo en España y, en consecuencia, se desconocía por completo la magnitud de este problema en nuestro entorno”, explica Stella Martín de las Heras, investigadora de la Universidad de Granada y principal autora del trabajo. “Sin embargo, las consecuencias son muy graves tanto para la salud de la madre como para la del feto”.
No se analiza la violencia doméstica (que es la generada en el interior del domicilio pero de igual manera de padres a hijos, de hijos a padres, entre miembros de la pareja, etc, etc….) sino específicamente la violencia en la pareja, la oficialmente llamada violencia de género. La violencia de pareja ha sido detectada en este estudio con dos instrumentos estandarizados a escala internacional, el Abuse Assessment Screen (AAS) y el Index of Spouse Abuse (ISA). “Pensamos que la forma de preguntar podría influir en la detección de la violencia en diferentes entornos culturales, como así comprobamos con los resultados obtenidos”, añade Martín de las Heras.
El análisis y los resultados del estudio prospectivo fueron publicados en el Acta Obstetricia et Gynecologica Scandinavica y apuntan a que en España la prevalencia de la violencia de pareja en las mujeres embarazadas es alta con respecto a los países próximos, en los que gira alrededor del 3,4% al 8,3%. “Con estas cifras /recordemos que en el estudio se señalaba hasta un 22.7% de embarazadas víctimas de alguna forma de violencia), se debería incluir de manera rutinaria la detección de la violencia en el control del embarazo, así como la puesta a punto de protocolos de actuación en los casos necesarios”, sugiere. “La implicación y la motivación de los profesionales sanitarios es crucial”.
Existen enormes diferencias según los distintos métodos empleados en el análisis.
Cuando se analizaron los datos con los dos instrumentos de detección por separado, se encontraron grandes diferencias entre ambos. Así, con el AAS se detectó que un 7,7% de las mujeres embarazadas sufría algún tipo de violencia, mientras que si se utilizaba el ISA, el porcentaje subía al 21,3%. “No puedo explicar el porqué de esta diferencia, porque cada trabajo ha utilizado una metodología diferente y sacar conclusiones sobre esto no es posible”, sostiene la catedrática del departamento de Medicina Legal, Toxicología y Antropología Física. “Lo que no cabe duda es que las cifras hacen reflexionar sobre las posibles repercusiones en la salud de la mujer y del feto”.
La diferencia entre ambos métodos radica en la forma en la que se pregunta. El AAS se basa en preguntas muy generales, en las que las mujeres se tienen que autodefinir como maltratadas. Sin embargo, con el método ISA, la mujer responde sobre vivencias cotidianas que se le plantean. El porcentaje encontrado en el estudio (22,7% de mujeres que sufren algún tipo de violencia dentro de su pareja) se obtuvo al unir los resultados del AAS e ISA, sin duplicar los casos detectados.
Por ejemplo, al responder a la cuestión “mi pareja me exige obediencia ante sus caprichos”, la mayor parte de las mujeres encuestadas no consideraron que tal conducta supusiera un tipo de violencia, sino que lo justificaron por el “carácter de su pareja”. El Dr. Neyro nos aclara que los cuestionarios de salud deben ser validados para cada población a estudio antes de dar por válidos los resultados de su empleo en un determinado grupo social; «no se considera igualmente ofensivas diferentes actitudes en el trato entre parejas danesas que entre parejas andaluzas, pongo por caso. La educación previa en valores de igualdad es diferente y ordena los hallazgos seguramente»
De esta manera, el ISA detecta situaciones y sus frecuencias que, sumadas, determina si una mujer sufre violencia. “No obstante, si se preguntaba directamente a las mujeres si se consideraban maltratadas, ellas podían responder que no”, subraya Martín de las Heras.
Cuestiones como “mi pareja se enfada y se pone intratable cuando le digo que está bebiendo demasiado” fue respondida afirmativamente por más de un 10% de mujeres. De igual manera, a la pregunta “mi pareja se enfada si no estoy de acuerdo con él” respondieron afirmativamente, en diferente grado, casi el 18% de las mujeres.
Diversos tipos de violencia de género.
Los autores analizaron los diferentes tipos de violencia que pueden sufrir las mujeres por parte de sus parejas hombres. El 21% de las mujeres sufrieron violencia emocional y el 3,6% violencia física o sexual durante la gestación. “A pesar de que la violencia emocional es la más frecuente, no hay que desdeñar la violencia física por su especial gravedad durante el embarazo”, puntualiza la investigadora.
De hecho, el 36,1% de las mujeres que reportaron violencia física dijeron que acontecía “muy a menudo” o “diariamente” y el 20,3% la clasificaron como de severidad 3 –hematomas severos, quemaduras o huesos fracturados–. Además, tres mujeres informaron que sufrían violencia física en el abdomen.
En este trabajo se estudiaron también los factores sociodemográficos que pudieran estar asociados con la violencia en el embarazo, como la edad, el nivel de estudios, la actividad laboral, la nacionalidad, el tipo de relación y convivencia, así como el apoyo en su entorno.
Martín de las Heras afirma que algunos estereotipos no aparecieron entre sus resultados: “Por ejemplo, la edad y la procedencia. Las mujeres más jóvenes no tienen mayor probabilidad de sufrir violencia durante el embarazo. Las mujeres de nacionalidad diferente a la española, que en nuestro estudio eran de Latinoamérica o del norte de África, tampoco”. Sin embargo, añade el Dr. Neyro, analizadas las cifras de cada año en nuestro país, la proporción de fallecidas extranjeras no se corresponde con lo esperable en relación con el porcentaje de población extrajera en España; indefectiblemente la violencia de género tiene un trasfondo cultural y, por ende, educacional.
Sin embargo, mujeres embarazadas que mantenían una relación sin compromiso o que no contaron con apoyo en su entorno –un familiar o amigo al que acudir en caso de necesidad– tenían mayor probabilidad de sufrir violencia de pareja durante el embarazo. Por el contrario, las mujeres con trabajo estaban más protegidas contra este tipo de violencia.
Referencias:
Velasco C. et al, ‘Intimate partner violence against Spanish pregnant women: application of two screening instruments to assess prevalence and associated factors’. Acta Obstet Gynecol Scand 2014; 93: 1050–1058.
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